George Orwell – 1984

17 08 2010

Quien haya pensado seriamente en el poder alguna vez, seguramente podrá llegar a la conclusión de O´Brien, que crudamente muestra la lógica que alimenta al amo distópico orwelliano en su versión acabada y de mayor potencia: el poder es un valor ante el que no se debe escatimar en sacrificios y ya teniéndolo, la voluntad vital queda reducida a conservarlo; como en un desesperado intento de sobrevivencia, se trata de mantener el poder, pues su búsqueda y posesión son los últimos sentidos de la vida.

Orwell propone dos lógicas paralelas y tensionadas entre sí: la lógica del amo celoso y voraz, que todo debe verlo, saberlo y manipularlo en aras del orden de lo público, de la tranquilidad sempiterna que nace del recorte cada vez más dramático de las libertades personales (tomarlo a la ligera es difícil hoy) y por el otro el camino rebelde de una humanidad que, por deseante y subversiva, hay que disciplinar.

El supuesto básico se encuentra aquí, en el estado disciplinario que tiene derechos por sobre los ciudadanos que, asfixiados, van sucumbiendo y resignando su vida al Partido, bajo pena de lo peor. El binomio disciplina – terror funciona a la perfección para cubrir cualquier rendija por donde el ciudadano pueda inscribir su acto: sin acto no hay humano, hay masa homogenizada, escenario perfecto para sostener el poder.

Podríamos rescatar el problema de la disciplina para llevarlo a la discusión actual. Los ordenamientos sociales basados en el temor a la pérdida y la civilización modelada por un sistema amo que basa su continuidad en la transformación de los sujetos mediante la disciplina, son formas de dominio que de forma más o menos velada ejercen presión moral o hasta legal sobre los sujetos. Ahí va la religión, el estado totalitario y el imperio del mercado, por ejemplo.