El gusto de las mujeres feas – Richard Millet

16 06 2010

clip_image002El camino de toda obsesión posible en el ser humano es el retorno de la angustia: aquello que sin tener una forma definida atormenta con su, aún, potencial presencia y la perturbación del riesgo de su abrupta irrupción. Para minimizar sus consecuencias existe la palabra en forma de pregunta, el cuestionamiento por el siguiente acto, la siguiente forma que tomará la meticulosa tarea de mantener el reloj andando.

Richard Millet se pregunta por este tipo de enlaces sexuales. La fealdad como bandera de una vida en entredicho perenne ante el peligro, finalmente simbolizado por la mujer en su más aterradora forma.

Se sabe que la posición de un hombre frente a este tipo de asuntos se forja a lo largo de toda una vida; en este caso en una estrategia defensiva frente al silencio del otro sexo, al misterio que conlleva el no ser determinado por ninguna otra palabra salvo por la negación estética que coloca al protagonista en el lugar de un impasse aparentemente sin solución.

Pero algo se aprende del olvido de los otros y es que hay que acceder a ellos, aún para estrangularlos. Millet describe sin despeinarse demasiado el sufrimiento existencialista y la salida imperfectísima que supone cargar la cruz del rechazo. Aparece el juego de la crueldad y su devolución al compañero sexual ad hoc para esa función: se elige entonces a la imperfecta, a la punible por ello.

Probablemente un acercamiento al amor en su vertiente de fetiche no dé a luz a un best seller, pero otorga la libertad de señalamiento del engaño que supone el ideal de la perfección: somos el reverso de aquella quimera fantasmática. El amor también es el fracaso.

En total, qué es el amor sin una poca de angustia y la certeza de la proximidad de su defunción.